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ISSN 1989-4163

NUMERO 118 - DICIEMBRE 2020

 

Cuando las Lágrimas no Son de Cocodrilo

Ángela Mallén

Quienes me conocen saben que soy una persona de lágrima fácil. He llorado mucho con los telediarios, en sesiones empáticas con familiares, amigos o vecinos. Y también por mis cosas. No me considero por ello un bicho raro. El género sensible abunda en los medios donde me muevo. Cuando las lágrimas no son de cocodrilo y responden a emociones de desconsuelo o incluso de gozo, tienen un componente terapéutico de desahogo y algunas veces de solidaridad.

Pero ha llegado la temporada otoño-invierno de este año aberrante, y me encuentro con que mi lágrima fácil ya no es idiosincrasia mía y de mi especie enclenque. Hasta los individuos de piel dura lloran por los rincones del mundo. Aquí en nuestro país tenemos dificultades a la hora de decidirnos por una razón para el llanto. Podemos llorar por la Administración Pública, el Sistema Sanitario, la Seguridad Social, el Régimen de Autónomos, la Justicia, la Telefonía, la República, la Monarquía, el Clero, las clases deprimidas, la inmigración en patera, los Centralismos, los Extremismos, los Negacionistas, los Grupos Violentos no Clasificados y ciertapresidenta de Comunidad Autónoma. Sólo por ella hay gente llorando desde que tomó posesión (o desde que fue poseída). Lloramos tanto por estas cosas que cuando llegamos al tema estrella: el coronavirus, ya no nos quedan lágrimas.

No en vano se le llama a nuestro mundo “este valle de lágrimas”.

Pero no me gusta la idea de engrosar el conflictismo con actitudes derrotistas o tiquismiquis. También podemos encontrar belleza, e incluso pureza en este avatar histórico. Por ejemplo, el nuevo lenguaje que están aprendiendo los ojos. De hecho, la conversación ha pasado a ellos, a los ojos. De manera que no deben entretenerse en llorar tanto, pues tienen mucho que decirse. Ellos pueden prescindir de la oralidad con toda su parafernalia lingüística improvisada para salir del paso. Como es fácil comprobar, las bocas actuales tienen siempre un par de frases a las que recurren para casi todo: “el sistema” no lo permite, o no lo consiente “el protocolo”.  Lo siento mucho, ya te entiendo cariño, me imagino, sí, pero “el sistema no me deja entrar a mirar lo tuyo”. Lo siento de verdad, me encantaría ayudarte, pero “el protocolo no contempla tu caso”. El sistema está colapsado. El protocolo lo prohíbe. A veces se entrecruzan las dos cortapisas a la vez: el sistema te excluye y el protocolo te coarta. Qué mala suerte. A ver si pasa pronto esta pesadilla y volvemos a la “normalidad”. A la normalidad no, por favor. Por favor. La normalidad es aquella absurda y despiada extrapolación a la que conseguimos adaptarnos. Curiosamente las mascarillas han hecho que caigan las máscaras en todo el planeta.

De manera que nos quedan los ojos. Sobre todo, ahora que no nos quedan lágrimas.

Vivir para ver. Y, si eso fuera posible, para rectificar. Por favor. Por favor.

 

 


 

 

Monalisa 

 

 

 
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